Minirrelato. Se recoge lo que se siembra

Estaba cansada de sus insultos de que me tratara como si fuera un trasto viejo, siempre tenía cosas que replicarme o regañarme, y estaba harta de todo. Había querido mucho a Javier, pero ya no podía seguir así, me trataba peor que a la basura y yo estaba al límite de mi aguante, ni mis antiguos sentimientos de amor hacia él eran suficientes para seguir teniendo paciencia.

Así que la última vez que me infravaloró actué sin pensar. Cogí una de las satenes de la cocina y le golpeé con fuerza haciendo que cayera al suelo. Al verlo indefenso fue como verme delante de un espejo, así era como me sentía yo veinticuatro horas al día, y no dudé ni un instante. Comencé a golpearle con fuerza con la sartén. Él gritaba de dolor, se retorcía y trataba de liberarse, pero como el golpe en la cabeza le había dejado desorientado no era capaz de librarse de la sacudida de sartenazos que estaba recibiendo.



Antes de que me diera cuenta, Javier yacía gravemente herido en el suelo. En ese momento, al verlo tan lleno de sangre fue cuando me percaté de lo que había hecho. No me arrepentía porque estaba harta de él y de su comportamiento, pero tampoco quería matarlo a golpes.

Dejé la sartén en el suelo, me fui hasta la habitación, metí sus cosas en una maleta y la puse en el pasillo del portal. Le eché a patadas y cerré la puerta deseando no volver a verle nunca. Me dije a mi misma que no volvería a repetir semejante acto tan rastrero, pero que tampoco me dejaria pisotear por ningún hombre nunca más.