Minirrelato... el milagro de la vida

Allí estaba Elena, dormida mientras su voluminosa tripa de 8 meses de embarazo subía y bajaba con sus respiraciones. Era tan hermosa que cada vez que la miraba tenía la sensación de enamorarme mucho más de ella.
Cuando me dijo que quería quedarse embarazada, yo dudé, no sabía si era buena idea, pues tener un hijo era una decisión importantísima que te cambiaba la vida para siempre.
Al principio no estaba muy convencido pero cuando me enteré de la noticia y vi como su tripa empezaba a crecer poco a poco mi ilusión por ser padre también creció. Ella estaba emocionada al igual que yo y en poco más de un mes seríamos padres y tendríamos a nuestro bebé en casa a nuestro lado.

No supe el rato que estuve observando a mi mujer pero noté que estaba agitada, como si tuviera una pesadilla. Me acerqué a su lado y me senté en la cama para tratar de calmarla.

-Tranquila, mi niña, todo va bien.

-Es que... me duele -dijo ella despertándose mientras se acarició la parte baja de la tripa.

Ya había leído varios libros sobre el embarazo, y sabía que aquellos dolores en la parte baja eran signo de que el bebé podría estar próximo a salir, que tocaba irnos al hospital.
Montamos un escándalo tremendo para ir aceleradamente al hospital, y nos dijeron que era una falsa alarma. Que era cierto que faltaba muy poco para que viniera el bebé pero que no era el momento.
Para mi desgracia tuvimos 3 falsas alarmas más, el sueño empezaba a poder conmigo. No solo por las falsas alarmas y sus consiguientes paseos al hospital, si no porque no podía dormir bien por las noches por la cantidad de molestias que tenía mi mujer.

Dos días más tarde, Elena volvió a llamarme para darme otro aviso sobre el bebé.

-Cariño, por favor, otra falsa alarma no... nos van a llamar pesados en el hospital... -suspiré haciendo un puchero por haberme despertado cuando ya había conciliado el sueño.

-Ahora sí que viene el bebé.

-¿Cómo lo sabes? -pregunté incorporándome.

No tuve que esperar su respuesta, vi la cama totalmente empapada de un líquido que salía de entre sus piernas. Era cierto, el bebé ya quería salir, y en aquella ocasión era verdad. Así que cogimos la ropa, nos preparamos y fuimos al hospital, pero en aquella ocasión fue para llevarnos a la sala de partos.

Varias horas después, tras muchos empujones, gritos y esfuerzos de mi mujer con los que casi me produjo una rotura de la manos de tanto apretarme, pudimos ver a nuestra pequeña bebita, sana y salva. Era tan pequeña...
Parecía increíble que una personita tan diminuta fuera parte de nosotros, que fuera nuestra hija. Había leído muchos libros para prepararme cuando supe del embarazo, pero ver a mi hija recién nacida fue el mejor regalo que jamás pude recibir.